Resumen: La migración del campo a la ciudad ha sido un fenómeno persistente en América Latina, motivado por causas económicas, sociales y simbólicas. Este ensayo explora si transformar la representación social del campesino —revalorizando su rol y dignificando su imagen— podría tener un impacto real en las dinámicas migratorias. Desde una perspectiva interseccional que integra la sociología rural, la psicología social y los estudios decoloniales, se argumenta que el imaginario sobre lo rural no solo refleja desigualdades, sino que también las produce y perpetúa.

Ensayo completo: La migración del campo a la ciudad no es únicamente el resultado de una brecha económica o de oportunidades laborales. También está profundamente influenciada por la forma en que se percibe y se valora la vida rural en los imaginarios colectivos. La pregunta que plantea este ensayo —¿podría cambiar la migración si transformáramos la imagen del campesino?— abre una discusión urgente y necesaria en el contexto actual de crisis ambiental, desigualdad territorial y agotamiento del modelo urbano-industrial.

Numerosas investigaciones han documentado que las personas jóvenes del campo, especialmente en América Latina, no solo migran por necesidad material, sino también por el deseo de acceder a un estatus social asociado a lo urbano. Tal como sostiene Erving Goffman, las identidades estigmatizadas tienden a ser evitadas, y el campesinado, como categoría social, ha sido cargado históricamente con estigmas de ignorancia, atraso, baja escolaridad y falta de prestigio. En este marco, la ciudad representa no solo trabajo o progreso, sino dignidad y reconocimiento.

Este fenómeno tiene raíces estructurales, pero también simbólicas. La colonialidad del saber, según Aníbal Quijano y Walter Mignolo, ha definido lo rural como lo otro del progreso moderno. El campo es percibido como lugar de escasez y de dependencia, mientras que lo urbano se asocia con innovación, conocimiento y ciudadanía plena. Esta jerarquización epistémica incide directamente en las aspiraciones y decisiones migratorias de las nuevas generaciones.

La transformación de la imagen del campesinado —es decir, su revalorización como sujeto epistémico, económico y cultural— podría modificar estas dinámicas. Si se construye un relato social en el que ser campesino no sea sinónimo de exclusión, sino de autonomía, conocimiento ecológico y sostenibilidad, podríamos generar nuevas formas de arraigo. María Helena Ramírez, desde la sociología rural colombiana, ha insistido en la necesidad de políticas públicas y culturales que visibilicen al campesinado como actor del desarrollo y no como beneficiario pasivo.

No se trata solo de campañas simbólicas, sino de un cambio estructural en los medios, el sistema educativo, las políticas agrarias y el discurso político. La migración no se revertirá únicamente con infraestructura o inversión rural; es necesario dignificar la identidad campesina, fortalecer su agencia y mostrar que el campo puede ser un proyecto de vida valioso y viable.

Este cambio tendría implicaciones profundas: el reequilibrio territorial, la sostenibilidad ambiental, la preservación de conocimientos tradicionales, y la contención de la sobrepoblación urbana. Así, transformar la imagen del campesinado no es solo un acto de justicia simbólica, sino una estrategia clave para repensar el futuro de nuestras sociedades.

Palabras clave: migración rural-urbana, representación social, campesinado, arraigo, identidad, colonialidad, sostenibilidad.

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