Resumen: La imagen social del campesinado ha sido históricamente construida a partir de discursos que lo asocian con la ignorancia, la suciedad o la marginalidad. Estas representaciones no son meramente estéticas, sino que responden a estructuras sociales y simbólicas que refuerzan su exclusión y desvalorización. Este ensayo propone una mirada crítica desde la sociología, la psicología social y los estudios decoloniales para abrir el debate sobre la dignificación del campesino como sujeto social, epistémico y político.
Ensayo completo: Durante décadas, la figura del campesino en América Latina ha sido moldeada por discursos que lo sitúan en los márgenes del desarrollo y del conocimiento. Lejos de tratarse únicamente de una representación estética o anecdótica, esta construcción simbólica responde a estructuras de poder que, como señala Pierre Bourdieu, reproducen desigualdades mediante habitus e imaginarios sociales profundamente enraizados. Al campesinado se le ha reducido a sinónimos de atraso, baja escolaridad o falta de sofisticación, invisibilizando no solo su papel fundamental en la soberanía alimentaria, sino también la riqueza de sus saberes ancestrales.
Desde la sociología rural, autores como Jesús Contreras y Armando Bartra han advertido sobre la necesidad de revalorizar la cultura campesina no como una reliquia del pasado, sino como un actor activo en la construcción de alternativas al modelo de desarrollo dominante. En esta línea, la propuesta decolonial de Aníbal Quijano y Catherine Walsh aporta claves esenciales: la desvalorización del campesinado forma parte de una colonialidad del saber que privilegia lo urbano, lo blanco y lo tecnocrático sobre lo rural, lo mestizo o indígena, y lo comunitario.
Además, desde la psicología social, Serge Moscovici y Erving Goffman aportan herramientas para entender cómo las representaciones sociales construyen identidades que terminan por ser asumidas como verdades. El campesino, muchas veces, internaliza estos estigmas, afectando su autoestima colectiva y su participación activa en espacios de decisión o conocimiento. El estigma, como construcción social, no solo hiere, sino que condiciona oportunidades y trayectorias.
En los medios de comunicación y en las narrativas institucionales, estas representaciones siguen siendo reforzadas. El campesino aparece frecuentemente como receptor de ayuda, sujeto pasivo o símbolo nostálgico de una tradición bucólica, pero rara vez como portador de saberes, innovador o actor político. Esta estetización de la pobreza o romantización de lo rural contribuye a perpetuar jerarquías simbólicas.
En este sentido, hablar de dignificación del campesinado no debe limitarse a una campaña estética o simbólica. Se trata de una apuesta por la justicia epistémica, por el reconocimiento real de sus conocimientos, por su inclusión efectiva en los debates sobre el futuro del planeta y por una transformación de los imaginarios colectivos. El cambio debe ser estructural, discursivo y también afectivo.
Iniciar una agenda de investigación sobre este tema implica revisar críticamente las formas en que los sistemas educativos, los medios, las políticas públicas y las instituciones reproducen o resisten estas imágenes. La pregunta no es solo cómo se representa al campesinado, sino para qué, y desde dónde.
Palabras clave: campesinado, dignidad, representación, colonialidad, saberes, estigmatización, justicia epistémica.