La educación contemporánea ha privilegiado históricamente los sentidos de la vista y el oído como principales canales de aprendizaje. Sin embargo, existe una dimensión sensorial frecuentemente olvidada en el ámbito escolar y académico: el olfato. Los olores, como parte del entorno educativo, no solo configuran la experiencia cotidiana del aprendizaje, sino que tienen implicaciones emocionales, cognitivas y culturales profundas que merecen una mayor atención.
El olfato es un sentido directamente conectado con el sistema límbico, encargado de la memoria y las emociones. De acuerdo con Herz (2004), los olores evocan recuerdos de manera más intensa y emocional que cualquier otro estímulo sensorial. Esta característica sugiere que el uso intencionado del olor en entornos educativos podría facilitar procesos de memoria, evocación de contenidos y generación de vínculos afectivos con el aprendizaje.
Más aún, algunos estudios han demostrado que ciertos olores pueden mejorar la concentración, reducir la ansiedad y generar estados de ánimo propicios para el aprendizaje (Moss et al., 2003). Por ejemplo, la lavanda puede inducir relajación, mientras que la menta o el romero pueden aumentar la alerta y el rendimiento cognitivo en tareas específicas. Estos hallazgos podrían ser útiles en contextos educativos inclusivos o terapéuticos, especialmente con estudiantes que presentan dificultades de atención o trastornos emocionales.
Desde una perspectiva cultural y crítica, también es importante reconocer que los olores están cargados de significado social. En contextos educativos diversos, los aromas presentes en el aula —desde el olor a libros nuevos hasta los alimentos tradicionales traídos de casa— pueden ser vehículos de identidad, pertenencia o discriminación. Como plantea Classen et al. (1994), los olores comunican y estructuran jerarquías culturales, por lo que su presencia no es neutra. Esto exige pensar en una pedagogía del olfato que sea crítica, situada y respetuosa de la diversidad.
La pregunta es: ¿cómo integrar el olfato en la práctica educativa de manera ética, significativa y no invasiva? Algunas experiencias pedagógicas han explorado el uso de aromas en actividades de lectura, escritura creativa o educación emocional. Sin embargo, aún es escasa la literatura que sistematiza estas prácticas o propone marcos teóricos sólidos para su implementación.
En consecuencia, esta discusión propone revalorizar el olfato como herramienta pedagógica y objeto de estudio, no solo en términos de bienestar, sino como una vía alternativa para fomentar aprendizajes sensibles, afectivos y memorables.
Invito a colegas, investigadores/as y docentes a reflexionar:
Referencias