En el actual escenario educativo global, la inteligencia artificial (IA) ha irrumpido como herramienta de diagnóstico, predicción de trayectorias escolares y personalización de contenidos. Plataformas adaptativas, tutores virtuales, asistentes conversacionales y algoritmos de recomendación están reconfigurando los roles tradicionales en las instituciones. Sin embargo, frente a esta promesa tecnológica se levanta una pregunta crucial: ¿Qué ocurre con el vínculo humano en el proceso de orientación educativa?
La orientación, entendida como una praxis relacional, ética y emocionalmente significativa, corre el riesgo de ser reducida a patrones estadísticos y respuestas automáticas si no se redefine desde una visión crítica. Muchos estudiantes, especialmente aquellos en situación de vulnerabilidad, no requieren solo respuestas rápidas o rutas automatizadas, sino presencia, escucha activa y construcción conjunta de sentido.
La realidad que enfrentamos en las instituciones es dual: por un lado, docentes y orientadores están desbordados por la burocracia y la fragmentación de las políticas educativas; por el otro, se sienten presionados a integrar tecnologías que muchas veces no comprenden ni controlan. En este panorama, es imperativo abrir el debate sobre cómo formar orientadores con competencias digitales, éticas y críticas que integren la IA no como sustituta, sino como mediadora del vínculo educativo.
La pregunta no es si la IA va a estar presente, sino cómo queremos que esté presente en el acompañamiento formativo del estudiante. La urgencia no es tecnológica, sino profundamente pedagógica y humana.