Las acciones políticas de Estados Unidos hacia América Latina han tenido un impacto indirecto pero significativo en el fortalecimiento de los lazos entre la región y China, especialmente en desarrollo e integración económica. Para su discusión, consideremos lo siguiente:
Históricamente, la influencia de EE. UU. en América Latina se basó en el comercio, la inversión y la asistencia, pero ciertos giros políticos recientes han alterado este panorama. Políticas arancelarias y restricciones comerciales, por ejemplo, buscan reorientar las cadenas de suministro o proteger industrias estadounidenses. Sin embargo, esto puede generar una búsqueda de alternativas por parte de los países latinoamericanos, que necesitan asegurar sus exportaciones e inversiones.
Aquí es donde China emerge como un socio atractivo. Su creciente demanda de materias primas y productos agrícolas, sumada a su vasta capacidad de inversión en infraestructura, tecnología y financiamiento (a menudo con menos condicionalidad política aparente que Occidente), ofrece a América Latina opciones estratégicas para su desarrollo. Cuando la agenda de EE. UU. se percibe como menos enfocada en la cooperación equitativa o más orientada a la competencia geopolítica, los países latinoamericanos tienden a diversificar sus relaciones.
La falta de una visión de desarrollo integral y de largo plazo por parte de EE. UU. en la región, o un enfoque predominantemente de seguridad, contrasta con la oferta china de "ganar-ganar" a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. Esto ha llevado a un estrechamiento de lazos económicos, con China convirtiéndose en el principal socio comercial de varios países latinoamericanos y un inversor crucial en puertos, energía y telecomunicaciones, facilitando así una mayor integración de América Latina en las cadenas de valor y financiamiento globales lideradas por China.